Los odios políticos en América Latina han dejado secuelas trágicas y muchas de ellas espeluznantes. Esto no debemos olvidarlo. Las historias perduran, pero cuando se trata del odio al diferente, cuyo mal se desea, sus consecuencias son trágicas e impredecibles, y cada historia puede convertirse en dos, tres y así sucesivamente. No es el arte de contarlas, como diría un buen escritor de relatos, sino el pensar que muchos seres las vivieron en estremecimiento de cuerpo y alma. Venezuela en su historia no ha escapado de odios políticos ni del racismo tradicional ni de ese racismo moderno que actualmente se apodera de un sector que odia al pobre, al marginado o al inmigrante.
No me refiero al “malandro” o delincuente, sino a ese ser que se levanta a las cuatro o cinco de la mañana al trabajo digno y a la dureza cotidiana. En el odio al diferente, contamos la historia de nuestros torturados, muertos y desaparecidos en dictaduras y gobiernos que invocaban “democracia representativa”.
La diatriba política en Venezuela ya no puede estar por encima del discurso reposado ni sustituir el mandamiento cristiano ¡no matarás! por el terror y la muerte. Años atrás, los odios políticos convirtieron la protesta en “guarimba” que infunde miedo, que amenaza, destruye, causa muertes y llega a la crueldad de quemar a personas vivas. Pero lo grave de todo esto es que el hecho criminal indignante, que le quita la vida a cualquier ser humano en medio de una ceguera política fincada en el conflicto de las diferencias, se transforma en terrorismo sanguinario. Es una situación de aversión de unos hacia otros que asusta porque sabemos que ese odio hace más de veinte años los conduce a la violencia cruel porque ya no responden al ¡no matarás! de los diez mandamientos y el Código Penal.
Hoy, ese odio político los lleva a cometer la traición a la Patria, los lleva a solicitar y gestionar la intervención de un gobierno extranjero para invadir nuestro territorio. Por su culpa, la más agresiva potencia militar del mundo bombardea pequeñas embarcaciones en el Caribe y el Pacífico, y asesina y remata a seres humanos con total impunidad. Son los mismos opositores que, con artificios, engaños y bajo el amparo del Gobierno de EEUU se apropiaron de Citgo y facilitaron su remate, igual como se apropiaron de otros fondos y bienes públicos de Venezuela en el exterior. Son los despreciables de la política venezolana.