El comité noruego que asigna el Premio Nobel de la Paz continua su empeño en deteriorar cada año la imagen de un galardón que alguna vez pudo haber significado algo. Y este año sí que puso la torta con la entrega del mismo a la guerrerista de extrema derecha (valga la redundancia) María Corina Machado.
Esta grosera decisión tan grande y gruesa presagia que, quizás, en 2026 los genios nórdicos tengan que escarbar bien profundo en la basura del mundillo político internacional para encontrar el expediente de Benjamín Netanyahu y así entregarle también a él, el diploma, el medallón de oro y el millón de euros correspondiente a la “distinción” arriba mencionada.
Que le diera el Nobel a la Machado, con todo lo devaluado del asunto, no fue una noticia muy bien recibida en la Casa Blanca. Mis fuentes que hacen vida en los pasillos contiguos al salón Oval me cuentan que hubo gritos, insultos y golpes de escritorio. El emperador se quedó con el copete hecho y con un tono de piel más anaranjado que nunca, producto de la rabia y la frustración.
“Cómo es posible que, con todo lo que hemos hecho, con todo el apoyo financiero, logístico y propagandístico que hemos brindado, esa señora me haga esto. Además, me hicieron de lado por quién. Aunque ella se crea ciudadana de mi país, es una hispana deportable como cualquier otra de los espaldas mojadas que cruzaban el río Bravo”, habría comentado el rey del Norte. Tan indignado estaba que hubo que leerle comiquitas de Rico McPato para que se calmara.
Tras la tormenta descrita por mis informantes habituales, la Casa Blanca emitió su opinión sobre el tema que nos ocupa, con un tono, mezcla de despecho y caradurismo: “El comité del Nobel interpuso la política a la paz”. Días antes, el mismo Donald Trump en medio de su intensa campaña personal cuyo objetivo era quedarse con el Nobel de la Paz había predicho que a él mismo se lo iban a dar “a alguien que no ha hecho nada”. Y por cierto, a esta misma conclusión también llegó el presidente de la Federación Rusa, quien además agregó que decisiones como la comentada en esta columna han afectado la reputación del premio.
Tal vez lo sucedido deba leerse con la mirada orwelliana de 1984, donde la paz es guerra y entonces, si esto es así, luce coherente que le entreguen su medalla y demás, a quien tiene años invocando la muerte y la violencia.