En medio de una escalada que tiene a El Caribe en vilo, con buques de guerra desplegados, golpes militares selectivos y acusaciones mutuas, Brasil vuelve a colocarse como actor regional dispuesto a tender puentes. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha ofrecido públicamente la mediación entre EEUU y Venezuela, una iniciativa que combina la tradición diplomática brasileña con la urgencia de frenar un conflicto que podría desbordar fronteras con consecuencias nefastas para América Latina y el Caribe.
EEUU incrementó su presencia naval en El Caribe y llevó a cabo operaciones que Caracas denuncia como ataques ilegítimos; el Gobierno venezolano respondió con advertencias y maniobras defensivas que reafirman su soberanía, su autonomía y pueblo libre.
Brasil, por su tamaño, peso específico y diplomático y redes de interlocución en Washington y en la región latinoamericana y el Caribe, puede funcionar como canal de comunicación para presentar propuestas de arreglo técnico como salvaguardas operativas en el mar, verificación independiente, cronogramas de desescalada y garantizar espacios de negociación política menos polarizados. Además, la experiencia reciente de Brasil como mediador en otros conflictos internacionales refuerza su credibilidad como tercero imparcial dispuesto a buscar soluciones negociadas.
Sin embargo, la mediación brasileña enfrenta obstáculos que condicionan su factibilidad. En la arena hemisférica las señales no son homogéneas: la región registró esta semana cambios políticos que alteran ecuaciones tradicionales, por ejemplo, la elección de Rodrigo Paz en Bolivia, un giro hacia el centroderecha que redefine alianzas y expectativas de acercamiento con Estados Unidos, lo que complica la conformación de un frente latinoamericano unificado que respalde iniciativas de desconfrontación.
A ello se suma la complejidad diplomática provocada por sanciones y listados que socavan la confianza entre gobiernos. Hace días el Departamento del Tesoro de EEUU incluyó al presidente Petro y sus familiares en la lista Ofac, un gesto que introduce barreras jurídicas y políticas al diálogo y que, en países hermanos, polariza la opinión pública.
También pesan voces civiles y eclesiales que piden precaución. La Conferencia Episcopal de las Antillas advirtió sobre los riesgos de la militarización en el Caribe y reclamó soluciones diplomáticas antes que intervenciones armadas, un llamado moral que refuerza la urgencia de la vía negociada pero que exige resultados rápidos y verificables.
Así que la mediación brasileña tiene potencial real, ofrece un canal con legitimidad regional y repertorio diplomático. Pero su éxito dependerá de factores concretos, la disposición real de Washington a comprometerse en pasos verificables y la capacidad de Caracas para aceptar garantías que preserven su soberanía.