Premio Nacional de Tauromaquia: “Yo no soy taurino, pero…” | Televisión

EL PAÍS

A los tertulianos de Y ahora, Sonsoles la carta de Pedro Sánchez les sorprendió hablando de la Pantoja y a sus hermanos de La Sexta degustando una merluza. El desconcierto ante la debacle de la escaleta fue indisimulable. Fuese aquello estrategia política, emoción verdadera o estudiado simulacro requería análisis. En Más vale tarde saben que la actualidad la carga el diablo y se nutren de opinadores todoterreno, box to box que dicen en el fútbol moderno, salir del apuro es más fácil cuando tienes en el banquillo a gente como Benjamín Prado, palabras mayores. Es más fácil bajar al barro de Cantora con cierta gracia que devenir en politólogo express sin hacer el ridículo.

El pasado viernes tocó improvisar de nuevo, a las ocho de la mañana de un macropuente, ahí hay alevosía, el Ministerio de Cultura anunció la supresión del Premio Nacional de Tauromaquia, una medida con más resonancia que impacto real. Sólo finiquita un galardón que nació anómalo, qué tendrá que ver la agonía del descabello, la sangre y los estertores de muerte con la cultura. La medida es cosmética, pero como vivimos en el día de la sobreactuación, tocó reaccionar como si el ministro avanzase por la M30 conduciendo una bola de derribo dirección Las Ventas.

Ante la falta de argumentos para defender que se premie el maltrato con dinero público, los tertulianos se lanzaron a la piscina de los lugares comunes: Picasso, Hemingway y Lorca, lo que se acuerdan de Lorca, qué ironía, sacaron en procesión hasta al Che, imagino que para exponer a la izquierda ante sus supuestas contradicciones, como si a alguien le importase a estas alturas lo que le gustaba al Che, y el horror ante el maltrato animal no fuese políticamente transversal. Que todos los supuestos referentes que airean para justificar la brutalidad lleven más de medio siglo muertos no les da una pista sobre la decadencia del asunto, tampoco que ellos mismos encabecen cada intervención con un “yo no soy taurino, pero”. Defender la crueldad, sí, aunque flojito, con la boca pequeña, no vayan a pensar en casa que ellos también se engorilan ante la sangre inocente. Si matar toros —tauromaquia es una palabra demasiado elegante y reviste la barbarie de un empaque que no tiene—ni siquiera le gusta a los que tienen que salir a defenderlo es que su fin está cada vez más cerca. Y no harán falta bolas de derribo.

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