Estados Unidos y el desafío iraní

¿Le creerán a Elon Musk?

La relación geoestratégica entre Venezuela e Irán trata de una maniobra que desafía la geopolítica impuesta por Estados Unidos a las naciones consideradas su “patio trasero”. A partir de los consensos de Washington y de los commodities, se ha afianzado la premisa geoeconómica de que la región debe adaptarse a la dinámica de las economías limpias.

En el marco de esa coyuntura, la ONU y la Cepal propusieron la Agenda 2030 y los objetivos de desarrollo sostenible alentando construir infraestructuras resilientes, promover la industrialización inclusiva y fomentar la innovación. Estos planes llevaron a muchos intelectuales progresistas a impulsar campañas contra el desarrollo de las fuerzas productivas, a fin de promover una economía en equilibrio con su entorno ecológico.

En el caso venezolano, estos grupos impulsaron acciones a favor de una economía pospetrolera. La Usaid alentó a estos sectores costeando sus proyectos ambientalistas, en contra de toda economía planificada que reprodujese la racionalidad del denominado socialismo real.

Barack Obama fue uno de los artífices de esa cruzada, más allá del desarrollo; sin embargo, tal como lo refirió James Petras, “mientras hablaba de protección al ambiente y derechos de los trabajadores, presionaba para lograr el Acuerdo Transpacífico de Libre Comercio que otorga a las corporaciones multinacionales el poder de devorar los derechos laborales o las regulaciones ambientales”.

En consecuencia, el desafío de la República Islámica de Irán trata de la posibilidad de profundizar la lucha de clases en el área hemisférica dominada por Estados Unidos a objeto de revertir el proceso de financiación en camino desde los años 70, del siglo XX, hasta hoy.
El actual gobierno del presidente Nicolás Maduro podría reimpulsar la intervención planificada del Estado en materia económica y social a través de la industrialización del petróleo, a objeto de concretar los programas económicos en marcha que ha intentado promover su administración sin supeditarse a los requerimientos de la OIT y las transnacionales.

En esta correlación de fuerzas Venezuela e Irán, en conjunto con China y Rusia, tendrían la posibilidad de concretar, a largo plazo, una geopolítica multipolar que destierre, de una vez por todas, la racionalidad de la división imperialista del trabajo impuesta por el “tío Sam” post-1945 y todos sus reacomodos en función del capital y en detrimento del trabajo.

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