La estampida de los saigas que regresan a Rusia

La estampida de los saigas que regresan a Rusia

Ocurrió en mayo, en una mañana tranquila en Sarátov, Rusia. Como una estampida, un mar de criaturas de hocico no muy común y patas ligeras atravesaron cultivos como si corrieran un maratón o más bien una carrera.

Lo que vivieron varios agricultores y que muchos han calificado como una pesadilla: la inesperada llegada de cerca de medio millón de antílopes saiga, una especie que muchos ya daban por desaparecida. Pasó como una ráfaga, destrozando cultivos a su paso.

¿Pero quiénes son estos corredores?

Los saigas (Saiga tatarica) no son antílopes cualquiera. Su rasgo más llamativo: esa nariz alargada y blanda, poco común, que ha inspirado personajes de ficción, les da una apariencia un tanto prehistórica. 

Los saigas son mamíferos y pertenecen a la familia de los artiodáctilos, ajá, pero ¿qué significa? Es una categoría de la zoología, que define a los animales que caminan sobre un número par de dedos. Las vacas, jirafas, hipopótamos, venados, ovejas e incluso camellos forman parte de esta extensa familia.

Dentro de este grupo, los saigas están emparentados con las ovejas, cabras y toros. Son herbívoros sociales, los machos presentan cuernos retorcidos y llevan milenios desplazándose por las vastas estepas de Asia Central. 

Muy peculiar su nariz, sí, el antílope saiga, tiene una especie de trompa, que utiliza para sobrevivir y adaptarse en el hábitat de clima seco y vegetación herbácea, como pastos y matorrales, típica de regiones con poca precipitación y grandes variaciones de temperatura entre verano e invierno, como lo es la estepa.

Esta trompa, ayuda a calentar el aire frío en invierno, filtrar el polvo en verano y facilita la comunicación y lo ayuda a encontrar pareja con las vocalizaciones nasales. Ahora todo tiene mucho más sentido en cuanto a su apariencia física.

De casi desaparecer… a reaparecer en masa

Hace un par de décadas, la situación de los saigas era casi extinta en Rusia. Entre la caza furtiva, la invasión a su hábitat, enfermedades, las poblaciones colapsaron dramáticamente en los noventa. Pero contra todo pronóstico, se crearon las alianzas entre científicos, gobiernos y ONG para rescatarlos del abismo.

Con ayuda de collares GPS y proyectos de conservación como el Altyn Dala Initiative, la población en Kazajistán no solo se estabilizó, sino que superó los 4 millones.

¿Y qué sucede cuando una población crece más de la cuenta? Empieza a moverse. Así fue como la memoria ancestral hizo su trabajo y unas 500,000 saigas cruzaron la frontera hacia Rusia en busca de los pastizales que sus ancestros solían recorrer. El problema es que esos pastizales no son como hace muchos años: hoy son campos agrícolas bien cultivados.

La naturaleza regresa, aunque nadie la haya invitado

Para los granjeros de Sarátov, la escena fue más bien una pesadilla. Cosechas destrozadas, pérdidas económicas serias y hasta animales ahogados en canales de riego o ríos cercanos. Y como los saigas siguen protegidos por ley, los daños no se compensan con seguros tradicionales. Esto ha desatado una polémica creciente: ¿hasta qué punto debe priorizarse la conservación si pone en jaque el sustento de cientos de familias?

¿Se puede convivir sin perder la cabeza o la cosecha?

Aunque es complicado, expertos en conservación, explican, que hay formas de armonizar la vida silvestre con la actividad humana. Algunas ideas que ya están sobre la mesa incluyen:

  • Diseñar corredores migratorios seguros, fuera de zonas de cultivo.
  • Construir pasos de fauna sobre carreteras o ferrocarriles.
  • Crear fondos de compensación para agricultores que sufran daños.
  • Involucrar activamente a las comunidades locales en los planes ecológicos.

Porque sí, ver a cientos de miles de antílopes atravesando tus tierras puede sentirse como una invasión. Pero también es prueba viva de que la naturaleza, si se le da espacio, sabe cómo reponerse. A veces lo hace con sutileza… otras… se hace notar.

Una reflexión final… y un dato curioso

Los saigas con su peculiar nariz, son símbolo de resistencia, de esos pequeños milagros de la naturaleza. Su reaparición representa un desafío para los agricultores y un logro para la naturaleza y la alianza creada entre científicos, gobiernos y ONG. 

Convivir con la naturaleza no significa encerrarla detrás de un cartel de «protegido», se trata de compartir el camino con aquellos que, como los saigas, llevan siglos caminando. Como reza un proverbio indígena: El planeta, no nos pertenece, solo somos parte de él.



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