La revista El Cojo Ilustrado, publicó Los maitines del doctor José Gregorio Hernández, el 1° de septiembre de 1912. La lectura sobrecoge el espíritu, trata de su breve experiencia mística en el monasterio de la Cartuja de Farneta, en Italia.
El santo de los pobres, aún en su celda, conmovido hasta las lágrimas, refiere: “La campana interrumpe el profundo silencio del desierto… pero en aquella completa soledad, la Cartuja recibe de lo alto una lluvia de serenidad y de paz”.
Bajo una fuerte impresión describe cómo “las puertas de las celdas se van abriendo una a una y dando salida a los religiosos con sus blancas vestiduras, los cuales marchan reposadamente en la oscuridad como sombras vagas que se dirigen al coro”.
Piensa en el mundo donde unos “hombres duermen y otros corren al placer olvidados de Dios”; mientras que en la casa del Altísimo lo que fue un ritual pagano grecorromano, la cristiandad lo convierte en las primeras horas canónicas que otrora rezaban las almas de clausura en la medianoche o la madrugada.
Nuestro santo con emoción narra: “… los religiosos… en sus puestos en el coro… quedan allí inmóviles… sumidos en profunda oración”. Repentinamente calla la campana y una señal invita a cantar las glorias de Dios, luego comienzan los Nocturnos: “— ¡Señor, Dios nuestro! ¡Cuán admirable es tu nombre en el universo entero!…”.
San José Gregorio, rasguea con temblorosa pluma que una vez finalizado los Nocturnos dan comienzo a las Lecciones: “En evocación esplendida se cantan entonces las glorias de la creación… ¡A ti oh Dios alabamos, a ti oh Señor te confesamos!…”.
Bajo profunda impresión, nuestro ejemplar venezolano –mientras admira la entrega sincera de los monjes cartujos a las oraciones salvíficas–, en un solo coro clama misericordia y perdón para todos los hombres, malos y buenos, pero muy especialmente: “… ¡para los dichosos porque a los que son desgraciados les sirve de crisol el sañudo dolor!”.
Indiscutiblemente, su ejemplo de vida trata de un rasgo distintivo de la venezolanidad, que también representa con creces a su contemporánea, la primera beata Madre María de San José. ¡Exhortamos el reimpulso de esta otra noble causa!… ¿No será que alguna “mano invisible” obstaculiza su canonización?