Una amiga me entregó un gatico para que se lo cuidara y entonces me enamoré del gato. Como dicen por ahí el amor es ciego, no solo por como una persona pueda ser físicamente, si no por los animales.
Uno no ve si son de raza, uno simplemente se enamora y ya. Ellos se encargan de robar el corazón con estrategia, con sus locuras y cariñitos, uno termina dando la vida por ello. Es que mi gato come mejor que yo, prefiero no tener nada para mi, pero que a él no le falte.
La parte mala es que de verdad Sultán es muy antipático, no se da con todo el mundo, creo que le di demasiado amor, así como con los hijos jajaja pero la realidad es que no es mimoso.



Además, es muy tremendo, si tiene hambre tumba cosas con sus patas, maúlla hasta volverme loca, me persigue y creo que es por eso que prefiero no tener para mi, pero que a él no le falte. Igual siento que lo quiero tanto.
La vida de un gato es relativamente corta, en relación a la de nosotros los humanos. Si aun no has tenido un gato, no sabes lo que es amar incondicionalmente y de manera inexplicable, sentir tanto amor sin apegos, cuando tengas un gato, lo entenderás. Es diferente.
He tenido perros y es distinto, tener un gato es como amar a alguien que sabes que te ama, pero se hace el duro. Los gatos son fascinantes y saben cómo comunicarse, leen nuestro comportamiento y saben cuando maullar.
Me quedé con el gato, el Sultán, el príncipe de la casa y me da mucha risa, porque mi mamá siempre ha querido un nieto y ahí está, nunca especificó que quería un nieto “humano”, porque Sultán es un gato, pero también es mi hijo, por ende, es el nieto que tanto esperaban.
Si aun no has tenido un gato, créeme, te va a cambiar la forma de pensar, de ver la vida de entender tantas cosas, que hoy con solo mirarlo, siento paz.