Rusia presta juramento al zar Putin este domingo | Opinión

EL PAÍS

En una monarquía el pueblo presta juramento al zar una única vez. Democracia a la rusa, esto significa que el pueblo tiene que prestar juramento al zar con regularidad.

Las elecciones en Rusia siempre tienen lugar bajo el mismo patrón: el poder pertenece al poder. Con el transcurso de los años, lo único que ha cambiado es la forma exterior del ritual legitimador. En la Horda de Oro los representantes de la nobleza estiraban un gigantesco fieltro blanco desde donde se alzaba al soberano escogido. Entonces, obtenía su estatus oficial y podía dar órdenes, repartir rangos, ejecutar acciones y conceder indultos. En el Estado sucesor, el Zarato de Moscú, el zar se colocaba a sí mismo la corona tras su unción. En la Rusia de Putin la Comisión Electoral Central proclama los resultados del plebiscito nacional.

¿Alguien duda de que Putin saldrá reelegido el 17 de marzo con una victoria abrumadora? En esta votación se cuidarán indudablemente todos los aspectos superficiales de un proceso democrático, como, por ejemplo, la posibilidad de votar por varios candidatos. Las papeletas contienen los nombres de los payasos políticos que participarán como perdedores por anticipado en este circo de elección.

Los politecnológos de Putin daban anteriormente la posibilidad a los representantes del sector liberal de presentarse como candidatos. En 2012, el multimillonario Mijáil Prójorov ganó el casting para este papel. En 2018, Ksenia Sobchak, una conocida presentadora de televisión y antigua chica del momento fue lanzada a la arena. La idea que había detrás de ello era mostrar que la Federación Rusa era un país absolutamente democrático donde la oposición no tenía apoyo entre la mayor parte de la población. Prójorov cosechó el 7,98% de los votos. En las siguientes elecciones, se redujo la cuota de los votos a la oposición. Sobchak consiguió un 1,68%. En 2024, se había previsto para esta misión a un hombre con un apellido elocuente, Nadezhdin. Nadezhda significa en ruso esperanza. Pero, esta vez, algo salió mal en este testado mecanismo electoral.

El político liberal se dio a conocer al salir con frecuencia en debates sobre política en la televisión rusa después del comienzo del ataque ruso a Ucrania. Alzaba su voz crítica, pero era silenciado por los gritos de los opositores pro-Putin. El Kremlin permitió entonces que Boris Nadezhdin pudiera seguir jugando el papel de cabeza de turco y pudiera participar en la carrera por la presidencia como miserable perdedor.

Pero, cuando Nadezhdin se puso a recoger las 100.000 firmas de votantes necesarias para presentarse como candidato al cargo, la campaña de recolección de firmas se convirtió en una manifestación de la protesta contra la guerra y la dictadura de Putin. Decenas de miles de personas hacían cola en un frío helador para expresar su esperanza a través de su firma. El peligroso juego con las multitudes discordantes que convirtió a Nadezhdin en un símbolo de la protesta era algo que el régimen no se podía permitir. A comienzos de febrero, la Comisión Electoral Central declaró que en más del 5% de las firmas entregadas se habían encontrado errores por lo que se no autorizaba a Nadezhdin la participación en las elecciones.

El único contrincante que Putin podría haber temido fue asesinado recientemente en prisión. Los propagandistas afirman que la muerte de Navalni era poco rentable para el presidente, y que por ello no resulta lógico haberlo matado un mes antes de las elecciones. Después del envenenamiento de Navalni en el año 2020, la propaganda aún defendía a Putin con el siguiente argumento: “Si lo hubiera querido matar, lo habría matado”. Visto así, solo se puede concluir que lo querían matar y lo mataron, y lo hicieron de forma ostensible poco antes de las elecciones. Una ejecución modélica de un rehén. La población tiene que tener miedo, callar y mostrar lealtad.

Para los votantes occidentales que aguardan los debates televisivos entre candidatos como si fueran entretenidos partidos de fútbol, la campaña electoral rusa oficial parecerá más bien aburrida. Putin, que se presenta ahora por sexta vez, no ha participado en toda su vida en un solo debate político. ¿Para qué habría de hacerlo?

El país acude a las elecciones presidenciales completamente limpio de opositores. En los seis años que han trascurrido desde la última elección presidencial y, en el contexto de la invasión de Ucrania, las autoridades han acusado a prácticamente todas las estructuras políticas, organizaciones públicas y medios de carácter independiente de ser organizaciones extremistas no deseadas y agentes extranjeros, y los han prohibido. La última voz libre que aún quedaba en Rusia, el activista por los derechos humanos Oleg Orlov, copresidente del Centro para la Defensa de los Derechos Memorial, la entidad simbólica creada después de que el Kremlin prohibiera en 2022 la histórica institución, fue condenado a dos años de prisión. Quien protesta contra la guerra abiertamente o simplemente lleva flores a algún monumento —lo que a ojos de todo el mundo es una forma de honrar a los mártires del régimen— es arrestado.

¿De qué manera deberían lidiar los enemigos secretos del régimen con estas pseudoelecciones? ¿Deberían boicotearlas? ¿Deberían acudir a votar? ¿Hacer voto nulo? ¿Escribir el nombre de Navalni en las papeletas?

En diciembre, Navalni y su equipo presentaron su estrategia: había que ir a votar y votar por otro candidato distinto a Putin: “¡Vota a cualquiera excepto a Putin!”. En realidad, esta táctica había sido propuesta por Navalni en todas las elecciones anteriores, también en las elecciones a la Duma: “Vota cualquier partido excepto el partido de los delincuentes y ladrones”. De esta manera, el electorado protesta debía debilitar la fuerza del partido de Putin Rusia Unida. Como es notorio, este cálculo no tuvo éxito contra el surgimiento de una dictadura fascista.

Algunos líderes opositores propusieron parodiar la expresión propagandística de Putin “Operación militar especial” relativa a Ucrania contraponiendo la “Operación especial electoral”: el 17 de marzo todos los ciudadanos y ciudadanas discordantes con el régimen debían acudir a las 12 a los colegios electorales y formar largas colas. Esta aglomeración de gente debía producir a nivel psicológico una sensación positiva de cierta trascendencia: Mira, no estás solo contra el sistema, somos muchos. Este happening debía hacer visible un voto anti-Putin y convertir estas elecciones en una protesta, un referéndum simbólico contra la guerra y la dictadura.

Los escépticos critican esta fórmula alegando que la propaganda podrá presentar a las multitudes como colas de partidarios de Putin. Y muchos se acuerdan de una cita de la inmortal novela Historia de una ciudad de Mijáil Saltykov-Schedrín: “¡Los rusos adoran rebelarse! ¡Se arrodillarán frente a la finca y esperarán, bellacos! ¡Saben que se están rebelando, pero aún se mantienen arrodillados!”.

Otros formadores de opinión llaman al boicot. Según ellos, bajo ningún concepto, se debe participar en un proceso de legitimación del poder de Putin. Participar a título personal en este crimen contra la democracia te convierte en cómplice. Y utilizan otro argumento: la evolución tecnológica beneficia siempre a las dictaduras ya que ahora las autoridades disponen de un instrumento de votación electrónico. Esto hace posible robar una cantidad indeterminada de votos: los votos electrónicos son simplemente reinterpretados, se inventan votos a favor de Putin y se afirma que se depositaron de forma electrónica.

Tradicionalmente, los opositores rusos en el exilio han estado peleados. No parece que se vaya a producir un acuerdo solidario y no está claro cómo se comportará el electorado protesta.

De acuerdo con algunos canales de Telegram de la oposición, Putin lleva muerto desde octubre de 2023. El que se muestra en la televisión es su doble y el poder lo ha asumido el secretario del Consejo de Seguridad Nikolái Pátrushev. Esta idea procedente de las teorías de la conspiración cosechó una gran popularidad entre el público internauta ruso. El vacío de información y las mentiras constantes del régimen tienen como consecuencia que todo pueda ser considerado posible e imposible a la vez. En una dictadura, no solo la vida del dictador es un secreto, sino también su muerte. No hay pruebas de que Putin esté muerto. Pero, por otro lado, tampoco las hay de que esté vivo. El Putin de antaño temía cualquier acercamiento como si fuera fuego, el Putin actual abraza al primero que pasa por la calle. Esto resulta llamativo de forma que incluso estos detalles se interpretan como indicios.

En cualquier caso, los acontecimientos que sucedan tras las elecciones aportarán claridad. Si el hombre parlanchín de la televisión es el auténtico Putin, el dictador se agarrará al poder a cualquier precio hasta el triste final. Hace mucho que Putin echó a perder la oportunidad de pasar un tranquilo retiro vital como pensionista. Gracias a la ley que el mismo firmó, se dio la opción de gobernar hasta 2036. Las leyes en Rusia siempre pueden ser reformuladas.

Si finalmente hay un traspaso de poder en los siguientes meses, esto significará que el mundo tendrá que vérselas con un asunto político de primer orden. De este modo, se podría repetir el patrón que se dio en el traspaso de poder anterior cuando en su momento Putin fue alzado por Yeltsin al trono del Kremlin. Este escenario que ha sido discutido por analistas opositores podría ser de la siguiente forma:

El 17 de marzo el presidente celebrará su confirmación en el poder. Después de las elecciones, llevará a cabo algunos cambios en su Gobierno. El ministro de Agricultura, Dmitri Pátrushev, casualmente el hijo del antiguo amigo de Putin de la KGB, Nikolái Pátrushev, podría ser nombrado primer ministro. Llegado el momento oportuno, Putin podría pronunciar las históricas palabras “estoy cansado, me voy” y designar presidente al nuevo primer ministro. Entonces, el país y su estremecida población tendrían un nuevo zar. Sí esto ocurrirá y cuando lo hará, es algo que sabremos más adelante.

En cualquier caso, continuará imperando la siguiente fórmula: “El próximo zar llegará. Y a un zar no se le elige, sino que se le presta juramento”.

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